lunes, 26 de octubre de 2015

Retratos de la India

En los pocos viajes que hasta ahora hice por India me he dado cuenta de que es casi imposible recoger con la cámara fotográfica instantes especiales que tienen un rostro como protagonista. Por eso, voy a tratar de describirlos como si fueran haikus o microrrelatos, para no olvidarlos nunca.
Un hombre de barba rala y lunghi raido al que compré un té en la estación y que juntó las palmas de las manos como señal de agradecimiento cuando arrancó mi autobús en Pondicherry.
Un hombre joven que me preguntó en un templo de columnas casi etruscas en hindi si yo venía de la zona de Cachemira.
Una anciana espontánea, curiosa, que se acercó a mí y me señaló los pendientes. Una vez se los había probado, yo era incapaz de pedírselos de vuelta. No dejaba de reír con la boca cerrada por la vergüenza de no tener dientes.
Un niño que cantaba en el umbral de la puerta de un templo con gran motivación y que luego corrió tras de nosotros para pedirnos una foto.
El conductor del autobús que se echaba las manos a la cabeza porque no nos entendíamos y al que yo no dejaba de repetirle "Daia chessi, repu pani" para tratar de convencerle de que nos dejara subir al autobús y poder llegar a tiempo a Anantapur para trabajar por la mañana.
Una mujer que daba las gracias a los cuatro puntos cardinales junto a la piscina de un templo en Kanchipuram.
La sombra de un hombre sentado bajo un árbol sagrado al atardecer meditando en posición de loto junto a la carretera. La figura de un occidental sentado bajo el Banyan Tree de Auroville a la mañana.
Un santurrón con pintura en la cara y el cuerpo que nos explicó los pequeños misterios de un pequeño templo poco visitado, casi escondido en una esquina de la calle, pero con siglos de historia.
Una muchacha de una zona rural del norte de Andra Pradesh, la primera en conseguir un título universitario de su pueblo, que nos regaló una canción que ponía los pelos de punta.
Una mujer joven con sari y una mirada llena de preguntas y de misterio que apoyó unos segundos la frente con los ojos cerrados en el Banyan Tree e hizo bailar las manos sobre su cabeza después de recoger la energía que se atribuye a este árbol antes de desaparecer.
Y una viejita que me contó que su hijo había muerto y que me agarró de la mano cuando le dije que, como ella, yo también vivía sola. Luego no quería separarse de mí y me miraba con ojos de comprensión.




viernes, 16 de octubre de 2015

Sensaciones

En Andra, el olor de la vegetación es diferente. El olor de la cocina es diferente. Huele a curry y a pan de maíz.
El aire es pesado, el calor pegajoso, la lluvia suena como un instrumento musical y no cala la piel.
Las mujeres, las niñas también, llevan polvos de talco en la cara. Los hombres llevan todos bigote.
Los chicos juegan conmigo a voley cada tarde con los pies descalzos y en el comedor se sientan en el suelo y comen con las manos. Arroz por la mañana, arroz por la tarde, arroz por la noche.Comer es tan importante que no preguntan ¿qué tal?, sino ¿has comido ya?
Un hindi, kohl en los ojos, pendientes largos, henna en el pelo, un pendiente en la nariz y un sari son algunos ingredientes que hacen a una mujer bella.
Sonríen. Siempre. Pero eso no significa que les guste vivir en la India.
El ritmo está enlentecido.
En India, la sociedad está jerarquizada. Mucho. El guarda se levanta de la silla cuando salgo o entro en el Campus. Y me llaman Madame.
En las escuelas no hay aprendizaje significativo y los niños y las niñas, también las niñas, afortunadamente, cantan las lecciones como papagayos.
El sol es intenso. En la ciudad y en el campo. El olor a podrido es intenso junto a los ríos.
Las vacas pasean a sus anchas por la ciudad. Los cerdos pasean a sus anchas por el campo. La carne de cerdo se reserva para las castas más bajas. La carne de vaca no se puede comer.
Los niños corren hacia mí cada mañana por los caminos del pueblo, ríen, me dan la mano y los buenos días. Chocolat, chocolat, gritan.
La muerte es una visitante frecuente. La gente muere porque no tiene recursos para pagar sus tratamientos. La gente muere porque enferma de malaria y no acude al hospital. La gente muere porque apenas hay agua y sin agua no hay vida. En los meses de calor, niños y ancianos enferman y se deshidratan.
Las mujeres se pintan la Luna Llena en la palma de la mano. Los hombres llevan falda. O lunghi.
Los hombres trabajan en el campo. Las mujeres trabajan en el campo. Las mujeres trabajan en la casa.
Hay una centena de especies diferentes de serpientes, incluida la cobra imperial. Lunes, en lengua de signos, se dice serpiente. Morir por una picadura de serpiente anuncia una reencarnación favorable.
En la India no hay peluqueros. El pelo de las mujeres se lleva a los templos como ofrenda a los dioses para recibir su bendición.
Hay más de cien dioses y cien nombres largos e impronunciables en la mitología. Y varios libros épicos. Hay sonidos del telugu que mi oído no discrimina.
En Andra, la noche es inquietante. Pero la vida se abre paso.

Momento a momento.

miércoles, 7 de octubre de 2015

Lluvia

Anantapur es una región muy árida. El monzón nunca favorece a este distrito, se equivoca de fechas y no llega a tiempo de la cosecha, se ausenta en ocasiones. No llueve en un perímetro concreto alrededor de la ciudad; se trata, por sus condiciones geográficas, de algo como un microclima. El calor es insoportable ya en estas fechas y por si fuera poco, en abril y mayo hay diariamente unos 40º y la temperatura puede superar los 45º. “El agua es vida” me aseguraba el otro día un conductor de la Fundación (y sin embargo, el agua trae más dengue, pensaba yo). Los depósitos se llenan, se alimentan los campos y uno puede calmar la sed.

Lo primero que hizo Vicente Ferrer cuando llegó a Anantapur fue cavar pozos y trabajar con los agricultores, puesto que estos representan el 75% de la población y el clima tiene un impacto muy importante sobre su difícil desarrollo. Aún hoy sigue existiendo un proyecto agroecológico en la Fundación para la construcción de tanques y presas, la promoción de energías alternativas y de métodos de riego por goteo y aspersión y la reforestación del suelo con árboles frutales. Además los agricultores de las zonas rurales acuden a la ciudad a recibir formación para poder trabajar el suelo con el mayor aprovechamiento de los recursos.

Desde que estoy aquí ha habido monzón un día tras otro, siempre cuando llega la noche. La lluvia cae y forma ríos de agua y enormes charcos que hacen sonar las gotas con un tintineo especial. No es igual la lluvia en India, la lluvia en la montaña o la lluvia de Madrid. Que haya llovido tanto desde mi llegada debe de ser un buen presagio.

viernes, 2 de octubre de 2015

Mujeres y saris

Las mujeres con sus saris ponen alegría a la India más gris con telas de seda brillantes y vistosas. Sin embargo, ser mujer en India no es para vestir de colores. Uno puede imaginarse cuánto vale una mujer cuando descubre que está prohibido dar a conocer el sexo del bebé a los padres para evitar abortos provocados y el infanticidio femenino. El mejor destino que puedes imaginarte como mujer es el matrimonio, concertado en el 80% de los casos, sobre todo en el ámbito rural. La mujer tiene valor solo al lado de un hombre, como bien económico y como madre; si un matrimonio no tiene hijos, la culpable es siempre ella y el hombre suele tomar a la hermana pequeña de esta como segunda esposa. Si una mujer se queda viuda pierde valor social y es marginada. Aunque hay leyes que lo prohiben, siguen existiendo acuerdos monetarios en relación con la dote que los padres ofrecen en los matrimonios concertados. El acceso a la educación, la sanidad y la economía están si no vetados, obstaculizados para las mujeres, de manera que el cambio está aún lejos, a pesar de las leyes que el Gobierno indio lleva implantando las últimas décadas luchando contra las desigualdades. La discapacidad es un problema añadido. Las mujeres discapacitadas son más vulnerables a sufrir abusos de parte de los hombres de sus familias y ni siquiera son presentadas a la sociedad. Son invisibles. Si consiguen un trabajo, a veces facilitado por Ong como la Fundación Vicente Ferrer, entonces, su cotización aumenta y tienen más posibilidades de que las pidan en matrimonio, si bien a veces con hombres mayores.
Sin embargo, y a pesar de que esta es una de las peculiaridades de la India que más me cuesta afrontar sin enfadarme, en ocasiones, puedo ver la semilla del cambio. Rajeswari, la logopeda de la escuela de Bukaralla de la Fundación, es viuda. No sé de dónde sacó la fuerza para irse sola a Bangalore, dejar a sus hijos con sus padres dos años después de la muerte de su marido y estudiar Hearing and Audition para tener otra vida. Y Suda, que tuvo polio de niña y tiene problemas de movilidad, está casada, trabaja como profesora de ciegos y tiene dos niños preciosos, uno de ellos con una daño neurólogico que ella dice, es un regalo de los dioses. Si le miras un segundo y esperas a ver su sonrisa no dudas de que lo que ella dice es cierto.