viernes, 2 de diciembre de 2016

Varanasi


La energía de Varanasi te atrapa. Enlentece los pasos. Abre el corazón. Y aquieta la mirada.

D. me contó que los elefantes del Serengueti van a morir al Kilimanjaro. Que sintiendo que llega su hora, hacen el largo camino que les lleva hasta allí.
En India el camino al Kilimanjaro termina en Varanasi. Los hindúes creen que si mueren en esta ciudad sagrada y sus cenizas son arrojadas a las aguas del Ganges salen de la rueda del samsara y no sufrirán más reencarnaciones.
El Ganges es sagrado. Reposaba sobre la cabeza de Shiva hasta que este se lo arrancó para aplacar las súplicas de los hombres. Raji me explicó que es el alma de nuestros ancestros.
Pero la magia de Varanasi no es solo mitos y tradición. Es la vida que fluye en la que supuestamente es la ciudad de la muerte. Todo se mueve sin descanso.
De mañana, las azoteas se llenan de risas y de ratos de desayuno. Los ghats se visten de color  con los sarees secándose al sol. Hombres, mujeres y niños se sumergen en la orilla de un agua oscura, se lavan, hacen su colada. Los bici-rickshaws en la calle principal y los sanyasis en hilera piden limosna. Verduras y frutas en orden y desorden en los puestos del mercado. En las callejuelas conviven motocicletas, puestos de chai y de comida, vacas, viandantes, marchas fúnebres y mendigos. Los jóvenes se reúnen para jugar al cricket en las orillas del Ganges ajenos a -o tal vez muy conscientes de- las ceremonias que se celebran a menos de 500 metros. Parejas de recién casados, el joven que lleva a su esposa con un nudo en su vestido de novia. 
Sentarse en los escalones de cualquier ghat es leer decenas de historias que se cruzan en una sola tarde. Los botes navegan entre la neblina y la suave luz encarnada se refleja en el agua al caer el Sol. El viento se contagia del sonido de las campanas en la pooja de la tarde y las luces de las deepas flotando en el río parecen luciérnagas a la noche. Luego, el silencio en las calles estrechas, oscuras y laberinticas.

Un sanyasi en Varanasi me dijo que yo era como Ganga Devi (el río Ganges).


viernes, 4 de noviembre de 2016

Happy Diwali!


Diwali en India es una de las festividades más importantes del año. Se celebra la victoria de la luz sobre la oscuridad, de la esperanza sobre la desesperanza, del conocimiento sobre la ignorancia.
Diwali en Anantapur es una fiesta de fuegos artificiales de sobresaltos por los petardos, de colores de los vestidos nuevos, de calidez en el umbral de las puertas en las que se colocan lámparas de aceite (diyas).
Rama, el marido perfecto, el rey perfecto, regresa victorioso de su exilio, tras haber vencido al demonio Ravana y haber rescatado a su amada Sita, junto con su hermano Lakshmana. Ellos traen prosperidad y es por eso que en Diwali las calles se llenan de vida, de rangolis y de risas y las puertas y ventanas de las casas se abren de par en par.

Raji, compañera en la escuela, viuda, volvió por Diwali a casa y le enseñó a su madre una foto en la que sonreía una de las tantas veces que la he pillado desprevenida con mi cámara. Yo siempre le digo que está muy guapa así.
-¿Quién es esta mujer?-le preguntó su madre- Había olvidado cómo eras cuando sonríes.
Raji akka me lo contó, también con una sonrisa, vistiendo un sari nuevo rojo que le habían regalado.
- Thanks, Gema madame. Thanks.



martes, 20 de septiembre de 2016

Pooja

Mi vecina Adyama, la cabrera, me ha adoptado. Quién sabe por qué extraña razón hace numerosos intentos de enseñarme telugu y de acercarme a sus tradiciones. Domingos y festivos he de pasar por su casa a tomar chai o a comer arroz o dulce.
Hace algunas semanas me llevó con ella al templo que hay al otro lado de la carretera en el pueblo. Me pidió que me duchara y sobre todo que me lavara la cabeza antes de ir. Me trenzó el pelo y me puso flores en el coletero.
El lunes la pooja o bendición que se hace a Shiva es especial. Es el día de la cobra y la cobra es el símbolo de Shiva. Un coco, flores de jazmín, incienso y hojas de betel son ofrenda suficiente. Durante la pooja la gente se arremolina alrededor del altar mientras los sadhus dibujan círculos alrededor de la imagen del dios, rompen los cocos y encienden fueguitos. Suenan campanas, tambores y platillos, tan fuerte que te invaden por completo y aceleran el ritmo cardíaco.
Casi siento el fuego en la piel cuando acerco las palmas, pero no quema. Luego por tres veces llevo las manos a los ojos cerrados y siento el calor en los párpados. Es extraño, pero agradable.
Solo con mi mano derecha puedo recoger de vuelta algunas de las ofrendas que se han bendecido durante la pooja y seguidamente doy con Adyama la vuelta al templo varias veces siempre en el sentido de las agujas del reloj.
Lo que más me gusta de los templos hindúes son los árboles sagrados. El que hay en este templo tiene un tronco robusto rodeado de cordones y lazos de colores, con bangles que cuelgan de algunos de ellos. Aquel lunes además quedaba al abrigo de la luna dibujando cálidas sombras.
Allí nos sentamos Adyama y yo comiendo garbanzos que un sadhu de lunghi blanco nos dio al salir del templo. Una anciana con el rostro cubierto de ásperos surcos y los ojos llenos de telarañas se sentó con su vara junto a mí y me dio la mano.  Con la sonrisa desdentada y el sari colgando sobre sus huesos frágiles me acarició la cara.
- Ma papa- me ha dicho, algo así como "mi pequeña", en telugu.
Yo le toqué la cara y me llevé la mano al corazón, como hacen los hindúes cuando se acercan a las cosas sagradas. No hay gesto que más me guste de su religión.
Adyama me dijo después que es una de las mujeres más ancianas y más sabias del pueblo.


martes, 2 de agosto de 2016

Un día

... alguien te abrazará tan fuerte que todas tus partes rotas se juntarán de nuevo.

Cierta vez un demonio llamado Hyraniaksha arrastró la tierra hasta las profundidades del mar. Vishnu adoptó la forma de un jabalí, se zambulló en las aguas, mató al demonio y rescató a la tierra. En cuanto Vishnu se elevó desde el fondo del mar, abrazó la tierra apasionadamante haciendo que este abrazo la quebrara, de esa manera se formaron las montañas. Bhagabata Purana

viernes, 29 de julio de 2016

Flor de loto (2)

Ayer hablaba de la flor de loto. Y de la vida que se abre paso en la India. Que nunca se detiene.
Muchas veces me ha sorprendido aquí la resiliencia con la que las personas afrontan situaciones terribles. Una chica con discapacidad de los talleres que, a falta de medios para desplazarse, se arrastra por el suelo y te pide paso con una indestructible dignidad. La fuerza de las mujeres que llevan los materiales de construcción sobre la cabeza a 45 grados de temperatura. La manera desenfadada como Adyama me cuenta las tres veces que le ha picado un escorpión o me habla de la mordedura de serpiente (con las secuelas neurológicas que ello puede suponer y que ella tiene la fortuna de no haber padecido). La luz en los ojos de aquella viejita, coja y achaparrada, que me tomó de las manos una tarde junto a la carretera.
Muchas veces me ha sorprendido esa fuerza vital que los empuja. En Europa obviamos la vida, la existencia. Aquí la vida no da tregua y lo que se obvia es la muerte.
Así que hablando nuevamente de la flor de loto, me pregunto si su belleza no parece más verdadera porque se enfrenta a la suciedad y al sufrimiento. O porque precisamente nace de ella. "You cannot grow lotus flowers on marble. You have to grow them on the mud" dice Thich Nhat Hanh "Without mud you cannot have a lotus flower. Without suffering, you have no ways in order to learn how to be understanding and compassionate"  Es posible entonces que no se encuentre la misma belleza dentro de un jardín. Que no puedan crecer flores con la misma delicadeza que una flor de loto.
Yo siento que el ser humano es capaz de brillar en cualquier parte del mundo. Que "somos fueguitos" como decía Galeano. Pero quizá es solo cuando el alma está tan cerca del sufrimiento y la pena que puede transformarse en algo tan puro, tan bello, tan noble.


miércoles, 27 de julio de 2016

Flor de loto

La flor de loto es uno de los símbolos nacionales de India. Representa la belleza, el crecimiento espiritual, la renovación. Los propios dioses hindúes emergen de esta flor.
El otro día observé que el hombre que recoge la basura en Main Office llevaba una flor de loto en el manillar de su bicicleta. Muy blanca. María me contó que el loto nace en el barro, sus pétalos se abren durante el día y se cierran a la noche para mantenerse limpia y pura.
Que esta flor sea el símbolo de la India no me parece nada raro. A veces digo que este lugar es como un tesoro enterrado en una gran moñiga de vaca sagrada. Para encontrar toda su belleza hay que ensuciarse las manos. Pero si lo haces, si prestas atención y si tienes paciencia, encuentras los atardeceres, las risas de los niños, el tacto de los saris, la generosidad, el gesto cansado pero firme de los ancianos, la inocencia, los templos escondidos, la resonancia de una campana, la simplicidad, una naturaleza salvaje, silencio en medio del caos, supersticiones mágicas, cooperación, colores intensos, el tintineo de unos cascabeles en los pies, la lluvia del monzón, mariposas en las manos, la vida que se abre paso.



sábado, 25 de junio de 2016

Pequeñas cosas cotidianas extraordinarias


- Llegar del mercado de la fruta y que un mono te robe la bolsa de sandías y te enfades mucho. Llamarle cabrón. Que se le pongan los pelos de punta y te grite. Que se lleve tu sandía.
- Encontrar una mantis en el porche de casa y que te mire frente a frente con ojos grandes de alienígena.
- Atravesar una calzada sin carriles con rickshaws y motos y bicicletas paso a paso, despacio y sin sobresaltos, mientras el tráfico te esquiva.
- Tener que avisar al vecino de que tienes una culebra en casa de pequeño tamaño, pero aspecto poco amigable.
- Que te cornee una vaca mientras paseas por la ciudad.
- Enrollarte en una tela de saree para acudir a una fiesta y enjoyarte como una princesa.
- Que los niños del pueblo corran detràs de tu bicicleta haciendo rodar con un palo ruedas de neumàtico y riendo a carcajadas.
- Que la vecina te ofrezca todas las mañanas a su bebè de pelo rizado y ojos negros, porque es una niña y ella tiene dos màs.
- Que te sirvan arroz de primero y arroz de segundo y cuando llegue el postre te den más arroz con yogur.
- Encontrar una mariposa en la cocina de la casa de tu amiga y jugar con sus hijas a dejarla posarse en tu mano.
- Montarse con 20 personas más en un auto-rickshaw de un metro cuadrado habilitado para 6 pasajeros.
- Llegar de la escuela y jugar a la Gallina Ciega con los niños y niñas del Campus mientras está lloviendo a cántaros.

sábado, 18 de junio de 2016

Los ojos de un niño

(Una amiga me pidió que le describiese a su hijo pequeño la India y esto es lo que se me ocurrió hacer. Como todos conservamos un poco la mirada de un niño, seguro que lo entendemos).


Me llamo Pavithra y voy a una escuela de niñas sordas en un pueblo del sur de la India. La India es como un triángulo enorme. Yo vivo cerca de la punta en un lugar de color tierra y naranja, muy seco. Aquí casi no llueve. Para tener agua en casa hay que ir a la fuente del pueblo y llenar un cántaro. Cuando llega el monzón (el monzón es una cosa que trae nubes negras de lluvia) aquí no deja mucha agua. Por eso a veces estamos tan cansados, porque hace mucho calor, mucho, mucho. El primer día de lluvia miramos al cielo y bailamos de alegría. Nosotros no llevamos paraguas y tampoco usamos zapatos. Bailamos en los charcos y nos mojamos el uniforme de la escuela. Lo malo de la lluvia son los mosquitos, hay muchos y muy pesados y algunos nos pican y nos ponen enfermos.

Llevo uniforme en la escuela, un vestido largo que se llama punjabi y unos pantalones de algodón. Pero cuando me haga mayor vestiré sarees. Los sarees son telas de colores, los más elegantes con hilos de plata y oro, que se enrollan en el cuerpo. Llegan hasta los tobillos, porque en mi país, no es educado enseñar las rodillas ni los tobillos si eres una mujer. Cuando sea mayor, me voy a pintar todos los días un punto rojo en la frente y llevaré pulseras de colores que suenen tintineando cuando camine y me dibujaré flores y hojas en las manos con henna (la henna es un tinte que se consigue machacando las hojas de un árbol). Mis padres me casarán con alguien que ellos consideren un buen chico, aunque yo no lo conozca, seguro que el hijo de alguno de los otros campesinos del pueblo.

Guardo el uniforme en una bolsa de viaje muy pequeña junto con el jabón, la pasta de dientes y el aceite de coco. Mis compañeras me ponen aceite de coco en el pelo por la mañana. Yo soy aún pequeña y en el colegio, donde vivo, ellas se encargan de mí cuando las ayas están ocupadas. Las ayas son las mujeres que nos cocinan, nos bañan y nos cuidan cuando estamos enfermas. Vivo en el colegio porque el pueblo donde nací está lejos lejos. Cuando mis padres vienen a verme tienen que caminar mucho rato y coger un autobús que atraviesa caminos y carreteras con baches y luego caminar otra vez. Así que no vienen mucho. Los domingos yo juego con mis amigas en el patio. Jugamos con los palos, con ruedas de neumático, jugamos al cricket con una pelota y un bate (el cricket es el deporte más famoso de mi país), corremos o pasamos un rato en los columpios. Por la noche, a veces, vemos la tele. Luego colocamos unas alfombras en el suelo y nos echamos a dormir en una habitación vacía con algunos baúles donde se guardan nuestras cosas.

Lo que más me gusta es el chocolate. Es difícil conseguir chocolate aquí porque cuesta muchas monedas de rupia. Yo nunca tengo más de una o dos rupias en el bolsillo y mis padres no pueden gastar dinero en chocolate. Aquí lo que comemos es arroz. A la mañana y a la noche y a veces también para desayunar. Lo acompañamos de sambar y papu, que son algo así como sopas de verduras muy muy picantes. Comemos con la mano derecha, sé que vosotros usáis una cosa que se llama cuchara, nosotros no sabemos cómo se come con eso. De postre casi siempre hay plátano, porque la fruta, en mi pueblo, cuesta mucho dinero, y perugu, yogur de leche de búfala. A veces tenemos que comer el plátano con cuidado de que no venga un mono y se lo lleve.

Hay muchos monos en la escuela. Son muy traviesos y les gusta robar. A mi profe una vez, cuando venía del mercado, un mono le llevó la bolsa de las sandías. Ella estaba muy enfadada, pero el mono le gritó mucho y se le pusieron los pelos de punta. Mi profe es de vuestro país. Le gusta sentarse con nosotros en el suelo y nos enseña muchos juegos. Nosotros aprendemos repitiendo las lecciones en voz alta y tenemos solo una pizarra pequeña para hacer las cuentas o dibujar cuando tenemos un rato de descanso. A ella le hemos enseñado a ella a pintar rangolis. Los rangolis son figuras de colores, triángulos, cuadrados y círculos perfectos. Los dibujamos en la pizarra y en los cuadernos, pero también en el suelo con polvo de colores cuando es fiesta en el pueblo. Los ponemos en la puerta para dar la bienvenida a los visitantes.

Hay muchas fiestas en mi pueblo porque nosotros tenemos muchos dioses diferentes. Ganesh tiene cabeza de elefante y da buena suerte. Otro es un mono, se llama Hanuman es un gran guerrero. Pero el más importante es Shiva; tiene un tridente y una serpiente alrededor del cuello. La gente reza todos los días tres veces y se pone polvillo rojo en la frente. Cuando va al templo da tres vueltas alrededor antes de sentarse a rezar. Los dioses nos protegen. Pero hay que ser buena persona. Y limpiar la casa con incienso algunas veces.

Las casas aquí son muy pequeñas, tienen una sola habitación o dos. Cuando voy a mi pueblo en vacaciones, comparto mi cuarto con mi hermana mayor, mis padres y mi abuela. Tenemos todo ordenado en estanterías, una para los trastos de la cocina, otra para la ropa, los sarees, las toallas. En el baño un agujero en el suelo y un cubo para lavarnos. Nada más. Comemos en el suelo, dormimos en el suelo. Nos juntamos a charlar sentados en el suelo, en círculo y tomamos chai (un té con especias). La puerta de mi casa está siempre abierta y a veces se acercan vecinos o parientes y hablamos de lo que nos ha pasado ayer o esa misma mañana.

No sé qué cosas hacéis vosotros. Mi profe de España me ha contado que sois muy diferentes, que coméis cosas diferentes, que vestís diferente, que vivís en casas muy altas. Pero si pudiese conoceros nos íbamos a llevar bien, porque estoy segura de que os gusta jugar, bailar y correr tanto como a mí y los helados y los animales y que mamá os dé abrazos. Así que, al final, yo creo que no somos tan distintos.

martes, 24 de mayo de 2016

Cómo comerte una tableta de chocolate

El pequeño se despidió de su abuela en el borde de la carretera. Antes ella le había metido en la mochila deshilachada una botellita de agua y una tableta de chocolate.
Para que nos entendamos, las tabletas de chocolate son lingotes de oro en esta región. Es difícil y caro encontrar un buen chocolate. Así que es un regalo excelente. No entiendo cómo el niño no saltó de alegría cuando vio lo que su abuela le estaba guardando para el viaje. Pero más tarde sí comprendí su valor.
La primera vez que sacó la tableta de la mochila, acarició el envoltorio con las manos y la dio dos o tres vueltas para medir bien sus dimensiones. Enseguida la volvió a guardar y estuvo mirando un rato por la ventana. Había puesto la mochila en su regazo y a veces me observaba de reojo con cierta extrañeza. 
Para que nos entendamos, el autobús a Kalyandurg no tiene gran afluencia de "english woman" (como ellos nos dicen). Tal vez fuese la primera vez que veía a una extranjera.
La vez siguiente sacó la tableta y abrió el envoltorio por un extremo con mucho cuidado. Luego se lo acercó a la nariz y olió durante unos segundos el paquete abierto. Para mi sorpresa, lo cerró y volvió a guardarlo.
Casi diez minutos después volvió a sacar el chocolate de la mochila, lo abrió con cuidado para no romper el papel, cogió una pequeña onza y le pegó un lametón. Miro el cuadrado perfecto que había partido; al momento, este se empezó a deshacer por el calor entre sus dedos. Mordió una esquina de aquel trozo y empezó a masticar lentamente. Aquella onza pegajosa ocupó la mitad de su trayecto en autobús; lo miraba embelesado y lo saboreaba con deleite. Nada distraía su atención. 
Para que nos entendamos, por entonces yo me había zampado ya un paquete de galletas y un plátano y me había bebido la mitad de mi botella de agua.
Cuando terminó, el niño cerró el paquete y lo guardó en su mochila y se le dibujó una sonrisa redonda en los labios manchados de chocolate. Enseguida le di un kleenex que llevaba en mi bolso. El lo cogió y me miró interrogante.
- Dirty mouth- le dije- With chocolat.
El chupeteó con la lengua todo el cerco de chocolate alrededor de la boca y se guardó el pañuelo intacto en el bolsillo del pantalón.
- Thank you- me dijo educadamente.

lunes, 25 de abril de 2016

Mil soles

Un proverbio hindu dice: "En el reverso de las nubes, hay mil soles".
Hay cosas que ocurren a diario que dan sentido a esta frase.
Hoy visitamos a una familia de la escuela en el barrio mas pobre de una aldea. Se que era el mas pobre porque la traductora me confirmo que alli vivian las personas de casta mas baja. Y porque la unica habitacion que tenia la casa no era mas que un almacen de 10 metros cuadrados al que se accedia por un pasillo, todo lleno de moscas por la suciedad y el desorden.
Se tambien que en el reverso de esa situacion hay una historia. Y que es una historia tierna y llena de luz y de esperanza.
Nandini es traviesa, alegre, afectuosa, abre mucho los ojos cuando escucha un nuevo sonido con sus audifonos, tiene ganas de expresarse, de hacerse entender, de jugar, de mostrarnos su casa. Su madre es una belleza india, tartamudea cuando habla, es analfabeta, se ha puesto un sari muy elegante, bindi y pendientes de fiesta, responde siempre que si, con una sonrisa condescendiente. Los vecinos vienen todos a la entrevista, se colocan en hilera junto a la casa, hablan de la Fundacion. La prima nos trae un refresco y cuando lo dejo a un lado, vuelve a ponerlo una y otra vez delante de mi para que lo tome; lee casi silabeando las recomendaciones en telugu que le dejamos en papel a la familia. Es una situacion comica, amable y embarazosa al mismo tiempo. La madre esta muy contenta, porque Nandini va a la escuela y ahora responde a su nombre cuando le llama.
La sensacion que me llevo de camino a casa es extrania. Algo tenemos que hacer mal en occidente cuando todas los cachivaches son pocos para nuestros hijos y tenemos tantas quejas de la escuela y tantas preocupaciones de futuro.
En la carretera, varios camiones llevan de vuelta a los jornaleros del campo a sus casas, despues de una jornada bajo el sol, a 44 grados. Hombres y mujeres. Algunos casi ninios. Algunos casi viejos. Al adelantarlos, observo como los chicos parecen felices, bromean, se divierten. Los viejos tienen fuerzas para sonreir y decirnos adios al pasar. Ni un gesto de fastidio al vernos dentro de un jeep con aire acondicionado, comodos y seguros.
Algo tenemos que hacer mal en occidente cuando nuestros gestos al volver del trabajo son de frustracion, cuando nos impacientamos de camino a casa, gritamos y tocamos el claxon, enfadados con el conductor de delante y miramos con recelo al emigrante, agarrando bien la cartera en un acto reflejo.
En el reverso de las nubes, hay mil soles. Asi es como yo siento la India, cada vez mas.

lunes, 21 de marzo de 2016

Supersticiones

En Maha Shivaratri que fue hace unas semanas, coincidiendo con la última Luna Nueva, los hindúes pasaron la noche sin dormir, al menos los más creyentes. Esa noche, dicen, la Luna baja a la Tierra para celebrar el amor entre Shiva y Parvati (dos de los dioses más importantes del panteón hindú). Es por eso que cualquier forma de oración o meditación es entonces más efectiva, puesto que el ser humano no está bajo la influencia de la Luna. Los practicantes del hinduismo rezan, cantan y hacen pujas en Shivaratri. Para hacer una puja hay que limpiar muy bien la casa y tomar un baño. De no ser así, sería una falta de respeto a lo divino.
Este año, la celebración de Shivaratri terminó con un eclipse de Sol de madrugada. Nadie mejor que los hindúes para explicar este fenómeno a un niño. Raji me dijo que aquella mañana una cobra se había tragado el Sol y por eso se había producido un momento de oscuridad total. Sabiendo esto, a nadie se le ocurre discutir que las horas posteriores a este acontecimiento los rayos de Sol sean perjudiciales para los seres más puros. Las vacas, las embarazadas, los niños o los ancianos no pueden salir a la calle, pero tampoco está recomendado para algunas personas según su horóscopo. Por eso, de camino a casa solo me encontré aquel día puertas cerradas y silencio en el camino en el que diariamente tengo que saludar diez o doce veces y repetir diez o doce veces que no tengo caramelos.
La Chandramama, la Luna, y Surya, el Sol, no son los únicos blancos de superstición. Tampoco las salamanquesas pueden tocarte la piel y mucho menos la cabeza. Una mañana una salamandra cayó encima de mí al abrir la puerta de casa. Una de esas grandes que casi parecen dragones. Cuando se lo conté a Raji, ella se tapó la boca presa de pánico.
- ¿Qué hiciste?- preguntó.
- Asustarme y gritar- respondí.
- Pero, ¿qué hiciste después?- insistió.
No supe qué decir. Supongo que seguiría mi vida normal, me quitaría las sandalias y encendería el ventilador de la habitación. Sin embargo, esa no era la respuesta que ella esperaba. Raji me contó que debería haberme dado un baño y haberme ungido con aceites para evitar la mala suerte. Todo muy loco.
Aquí evitan el mal de ojo dibujando a los bebés un punto negro en la frente y en la mejilla y a las personas en la palma de la mano y la planta del pie. La derecha, si eres hombre; la izquierda, si eres mujer. Y cuando estás enfermo te limpian el aura al atardecer con la tierra del camino y las hojas de una planta que no reconozco bien y que luego tienes que saltar tres veces con el sari o el lungui recogido.

Dentro de todo este lenguaje, yo tengo una superstición favorita, es el gesto sin palabras más mágico de todos, articulado únicamente por el tacto. Ese momento en que los hombres y las mujeres tocan los objetos con la mano derecha y se la llevan a la frente y al corazón, especialmente a las cosas o las personas que consideran sagradas, porque de esta manera se llenan la mente y el corazón con la energía transparente de lo divino.

domingo, 21 de febrero de 2016

Sobre la reencarnación

Aquí en el Sur de la India he visto tatuadas a muchas mujeres tres puntos en el dorso de la mano, justo en el ángulo entre el dedo pulgar y el anular. Durante muchos meses me pregunté el por qué de esta extraña costumbre. Raji me lo explicó un día. Los hindúes creen en la reencarnación en una rueda sin fin, el Samsara. El objetivo final de todo hindú es salir de la rueda, perfeccionarse, limpiar y liberar su alma.  Para los hinduistas, la vida son lecciones que aprender y lo que sucede en cada vida es resultado de las acciones de vidas anteriores. Su religión ofrece varios caminos para conseguirlo: el sendero del conocimiento interior (jnana-marga), el sendero de la acción o de los trabajos apropiados (karma-marga) y el sendero de la devoción a Dios (batí-marga). Son estos mismos senderos, simbolizados por cada uno de esos puntos, los que marcan curiosamente las diferentes disciplinas del yoga.
Si entiendes este concepto, no te parece tan extraño el carácter afable de los indios, su trabajo incansable, el vegetarianismo, las pujas y las visitas al templo, su predisposición siempre a ayudar, la sincera aceptación ante sus diferentes circunstancias y problemas o la vida de los sadhus.

- Raji, según tu religión, ¿existen otras vidas? Siempre me ha interesado mucho esta idea.
Asiente con la cabeza a la manera india.
- Entonces tú y yo hemos sido tal vez hermanas en otra vida. Por eso estoy aquí.
Me mira y noto cómo brillan sus ojos castaños. Como cuando va a decirme algo muy importante.
- Actually, Gema, no siempre nos reencarnamos en otra persona.
Rápidamente pienso en un animal que me divierta, algo en lo que pudiera reencarnarme.
- Ajá, pues si volviera a nacer me gustaría ser, por ejemplo, una lagartija.
Raji sonríe, de una manera que hace tiempo reconozco. No comprende mi humor y piensa, quizá, que no sé que reencarnarme en una lagartija sería cosa de muy mal karma.
- No, Gema, las lagartijas son muy vagas.
- ¿Y qué tiene de malo echarme a tomar el sol en alguna roca en el campo? En esta vida estamos trabajando mucho, Raji -le digo y le guiño un ojo con complicidad.
Ahora suelta una carcajada.
- No, Gema, that is not good.
- Bien, entonces, creo que ya sé lo que querría ser. Sería un árbol. Porque un árbol puede disfrutar de muchas sensaciones: la lluvia cuando cae, el viento cuando sopla. Además da sombra y cobijo a otros animales. Sí, sería un árbol con hojas verdes que brillaran al sol y con raíces fuertes. ¿Y tú?
- Yo sería un pájaro, Gema. I want freedom.
Ha entendido que estaba hablando de una reencarnación muy diferente a aquella de la que habla su cultura.
- No sería una mala opción. Uno que pudiera volar a lugares distintos lejos de aquí.






lunes, 15 de febrero de 2016

Sin embargo

La India, tan profundamente ordenada y tan caótica al mismo tiempo.
Todo está bien o mal. Claramente definido.
Se hablan lenguajes únicos. Pero no uno. La idiosincrasia es diferente en cada parte del país. Y no hay explicación para muchas cosas.
Jerarquías, estructura y normas sociales que aplastan y reprimen las emociones, los instintos, la libertad.
La familia es el núcleo de la sociedad y se defiende a costa de la propia felicidad.
La desconfianza se refleja en los ojos de las viudas, de las novias, de las mujeres.
El dolor se puede contar en las arrugas de los hombres.
El trabajo, la fatiga, se lee en las grietas de los pies de los ancianos, apoyados en una vara como la que utilizan para matar serpientes.

El miedo se manifiesta en las pupilas de los niños, pero también hay inocencia y esperanza. 

Sin embargo.

lunes, 8 de febrero de 2016

Una rata y un bebé

Una rata muerta en el porche de mi casa y un bebé en mis brazos en una secuencia atropellada de acontecimientos.
La vida y la muerte están presentes cada instante en la India. Las risas de los niños jugando alrededor de sus abuelas, arrugadas y roñosas, tumbadas en somieres también roñosos.
-         Chocolat, chocolat.
-         Namasté, akka, tinava? (¿Comiste, hermana?)
El sabor de un caramelo y arroz con verduras al curry en medio de la suciedad y el hedor de la basura que flanquea el camino. Cerdos o jabalíes, no sabría decirlo.

El estómago revuelto, la rata tiesa, con una dentellada en el torso, el sol intenso y tan cerca, el bebé silencioso, frágil, con sonrisa de comodidad, en mis brazos.
-         Akka, peru? (¿Su nombre?)
-         No, madame.
Aún sin un nombre. Los bebés no reciben un nombre las primeras semanas, como si aún no existieran. Están esperando a ganarse un hueco en este mundo.

Por la noche un cielo estrellado y luminoso que contrasta con tanta oscuridad en los pasos. Silencio. Ladridos. El sonido de los grillos.
-         I love this sound.

La India es sórdida, sucia y terrible al mismo tiempo que pura y transparente, bella.
El pequeño barrio en el que vivo también es así.

Todos los días se suceden imágenes de tristeza, de pobreza, de religiosidad y superstición, de amor, se me acercan princesas en uniforme de escuela, me cuentan problemas y más problemas (So it is life, Gema), estafas, sueño con danzas y canciones de cascabeles, duelo, el bramido de las motos, accidentes de tráfico, perros rabiosos y perros que mueven el rabo buscando cariño cuando te acercas, hombres pastoreando, cabras, matorrales y tierra seca, casas de adobe y paja pintadas de colores, columpios de tela en las ramas de los árboles. 

Así que es normal de vez en cuando llorar por la India.

Y otras veces bailar. Casi sin querer.

lunes, 1 de febrero de 2016

Lo que más me gusta de la India son los atardeceres rojos

Lo que más me gusta de la India son los atardeceres rojos.
Los atardeceres rojos con un sol redondo en el horizonte. La luz que se cuela por la ventana.
Después de un atardecer rojo viene la noche, los pueblos con casas de colores y luces en el porche. Las pequeñas puertas de madera con rangolis en el umbral, abiertas de par en par, y los retazos de vidas que puedes imaginar viendo las escenas que se suceden dentro: mujeres cocinando, familias, amigos charlando, sentados en círculo en el suelo, la televisión puesta, niños jugando descalzos, chicas cepillándose una melena larga y negra, hombres colocándose el lunghi después de una jornada de trabajo.

Antes de un atardecer rojo de domingo puede haber una tarde de salpicarnos de agua y risas en un templo escondido entre pequeñas montañas de piedra caliza. Saddhus mendigando, todos con sus uniformes de color azafrán. Los pies descalzos sobre el suelo ardiendo y la resonancia de la campana de un templo purificando el aire. Niñas que se estiran para alcanzar a tocar el badajo.

Lo que más me gusta de la India es ver despertar los pueblos. Los arrozales. Ese momento en el que aún hay silencio y solo se escucha a los santones cantando en los templos. Las jarras de agua de colores sobre el costado de las mujeres. La tela de los saris tendidos al sol. El olor del picante en la cocina de la escuela antes de la comida. La luz de las velas en los templos. Los grillos. 
 

domingo, 3 de enero de 2016

La taza vacía

Dicen de India que no te deja indiferente. La amas o la odias. Tienes únicamente esas dos opciones. Culturalmente es uno de los países más especiales del mundo, con más de veinte lenguas reconocidas y muy diversas religiones y formas de entender la vida. Es allí donde hace 5000 años nació el Yoga, pero también tienen su origen en India la trigonometría, el álgebra, el ajedrez, el budismo, el hinduismo y el jainismo. El matrimonio concertado, el sistema de castas (presente aún en la forma de relacionarse y de vivir), la medicina ayurvédica, la mehandi, el karma, las ceremonias de enterramiento, el bindi, historias fantásticas que implican a dioses y héroes de su mitología, la danza tradicional, el holi, las lamparitas de arcilla con su mecha de luz. Decenas de costumbres y creencias que se remontan al origen de la civilización.

Toca vaciar la taza para comprender. Para aceptar. Para vivir la India de otra manera. Así que olvidaré todo lo que sé de ella. Porque opinamos constantemente, hacemos juicios de valor sobre lo que vemos, ponemos etiquetas, acumulamos experiencia. 
Pero la India es. Nuestro ego la convierte en un lugar sobre el que podemos decir esto o lo otro. Nos enfadamos con respecto a lo que pasa y nos maravillamos de los colores y las luces. Pero simplemente es. 

Algo así como lo que hacemos con el Año Nuevo. Vaciar la taza y volver a preparar el té.


Según una vieja leyenda, un famoso guerrero, va de visita a la casa de un maestro Zen.  Al llegar se presenta a éste, contándole de todos los títulos y aprendizajes que ha obtenido en años de sacrificados y largos estudios.
Después de tan sesuda presentación, le explica que ha venido a verlo para que le enseñe los secretos del conocimiento Zen.
Por toda respuesta el maestro se limita a invitarlo a sentarse y ofrecerle una taza de té.
Aparentemente distraído, sin dar muestras de mayor preocupación, el maestro vierte té en la taza del guerrero, y continúa vertiendo té aún después de que la taza está llena.
Consternado, el guerrero le advierte al maestro que la taza ya está llena, y que el té se escurre por la mesa.
El maestro le responde con tranquilidad -Exactamente señor. Usted ya viene con la taza llena, ¿cómo podría usted aprender algo?Ante la expresión incrédula del guerrero el maestro enfatizó:

-“A menos que su taza esté vacía, no podrá aprender nada”