domingo, 21 de febrero de 2016

Sobre la reencarnación

Aquí en el Sur de la India he visto tatuadas a muchas mujeres tres puntos en el dorso de la mano, justo en el ángulo entre el dedo pulgar y el anular. Durante muchos meses me pregunté el por qué de esta extraña costumbre. Raji me lo explicó un día. Los hindúes creen en la reencarnación en una rueda sin fin, el Samsara. El objetivo final de todo hindú es salir de la rueda, perfeccionarse, limpiar y liberar su alma.  Para los hinduistas, la vida son lecciones que aprender y lo que sucede en cada vida es resultado de las acciones de vidas anteriores. Su religión ofrece varios caminos para conseguirlo: el sendero del conocimiento interior (jnana-marga), el sendero de la acción o de los trabajos apropiados (karma-marga) y el sendero de la devoción a Dios (batí-marga). Son estos mismos senderos, simbolizados por cada uno de esos puntos, los que marcan curiosamente las diferentes disciplinas del yoga.
Si entiendes este concepto, no te parece tan extraño el carácter afable de los indios, su trabajo incansable, el vegetarianismo, las pujas y las visitas al templo, su predisposición siempre a ayudar, la sincera aceptación ante sus diferentes circunstancias y problemas o la vida de los sadhus.

- Raji, según tu religión, ¿existen otras vidas? Siempre me ha interesado mucho esta idea.
Asiente con la cabeza a la manera india.
- Entonces tú y yo hemos sido tal vez hermanas en otra vida. Por eso estoy aquí.
Me mira y noto cómo brillan sus ojos castaños. Como cuando va a decirme algo muy importante.
- Actually, Gema, no siempre nos reencarnamos en otra persona.
Rápidamente pienso en un animal que me divierta, algo en lo que pudiera reencarnarme.
- Ajá, pues si volviera a nacer me gustaría ser, por ejemplo, una lagartija.
Raji sonríe, de una manera que hace tiempo reconozco. No comprende mi humor y piensa, quizá, que no sé que reencarnarme en una lagartija sería cosa de muy mal karma.
- No, Gema, las lagartijas son muy vagas.
- ¿Y qué tiene de malo echarme a tomar el sol en alguna roca en el campo? En esta vida estamos trabajando mucho, Raji -le digo y le guiño un ojo con complicidad.
Ahora suelta una carcajada.
- No, Gema, that is not good.
- Bien, entonces, creo que ya sé lo que querría ser. Sería un árbol. Porque un árbol puede disfrutar de muchas sensaciones: la lluvia cuando cae, el viento cuando sopla. Además da sombra y cobijo a otros animales. Sí, sería un árbol con hojas verdes que brillaran al sol y con raíces fuertes. ¿Y tú?
- Yo sería un pájaro, Gema. I want freedom.
Ha entendido que estaba hablando de una reencarnación muy diferente a aquella de la que habla su cultura.
- No sería una mala opción. Uno que pudiera volar a lugares distintos lejos de aquí.






lunes, 15 de febrero de 2016

Sin embargo

La India, tan profundamente ordenada y tan caótica al mismo tiempo.
Todo está bien o mal. Claramente definido.
Se hablan lenguajes únicos. Pero no uno. La idiosincrasia es diferente en cada parte del país. Y no hay explicación para muchas cosas.
Jerarquías, estructura y normas sociales que aplastan y reprimen las emociones, los instintos, la libertad.
La familia es el núcleo de la sociedad y se defiende a costa de la propia felicidad.
La desconfianza se refleja en los ojos de las viudas, de las novias, de las mujeres.
El dolor se puede contar en las arrugas de los hombres.
El trabajo, la fatiga, se lee en las grietas de los pies de los ancianos, apoyados en una vara como la que utilizan para matar serpientes.

El miedo se manifiesta en las pupilas de los niños, pero también hay inocencia y esperanza. 

Sin embargo.

lunes, 8 de febrero de 2016

Una rata y un bebé

Una rata muerta en el porche de mi casa y un bebé en mis brazos en una secuencia atropellada de acontecimientos.
La vida y la muerte están presentes cada instante en la India. Las risas de los niños jugando alrededor de sus abuelas, arrugadas y roñosas, tumbadas en somieres también roñosos.
-         Chocolat, chocolat.
-         Namasté, akka, tinava? (¿Comiste, hermana?)
El sabor de un caramelo y arroz con verduras al curry en medio de la suciedad y el hedor de la basura que flanquea el camino. Cerdos o jabalíes, no sabría decirlo.

El estómago revuelto, la rata tiesa, con una dentellada en el torso, el sol intenso y tan cerca, el bebé silencioso, frágil, con sonrisa de comodidad, en mis brazos.
-         Akka, peru? (¿Su nombre?)
-         No, madame.
Aún sin un nombre. Los bebés no reciben un nombre las primeras semanas, como si aún no existieran. Están esperando a ganarse un hueco en este mundo.

Por la noche un cielo estrellado y luminoso que contrasta con tanta oscuridad en los pasos. Silencio. Ladridos. El sonido de los grillos.
-         I love this sound.

La India es sórdida, sucia y terrible al mismo tiempo que pura y transparente, bella.
El pequeño barrio en el que vivo también es así.

Todos los días se suceden imágenes de tristeza, de pobreza, de religiosidad y superstición, de amor, se me acercan princesas en uniforme de escuela, me cuentan problemas y más problemas (So it is life, Gema), estafas, sueño con danzas y canciones de cascabeles, duelo, el bramido de las motos, accidentes de tráfico, perros rabiosos y perros que mueven el rabo buscando cariño cuando te acercas, hombres pastoreando, cabras, matorrales y tierra seca, casas de adobe y paja pintadas de colores, columpios de tela en las ramas de los árboles. 

Así que es normal de vez en cuando llorar por la India.

Y otras veces bailar. Casi sin querer.

lunes, 1 de febrero de 2016

Lo que más me gusta de la India son los atardeceres rojos

Lo que más me gusta de la India son los atardeceres rojos.
Los atardeceres rojos con un sol redondo en el horizonte. La luz que se cuela por la ventana.
Después de un atardecer rojo viene la noche, los pueblos con casas de colores y luces en el porche. Las pequeñas puertas de madera con rangolis en el umbral, abiertas de par en par, y los retazos de vidas que puedes imaginar viendo las escenas que se suceden dentro: mujeres cocinando, familias, amigos charlando, sentados en círculo en el suelo, la televisión puesta, niños jugando descalzos, chicas cepillándose una melena larga y negra, hombres colocándose el lunghi después de una jornada de trabajo.

Antes de un atardecer rojo de domingo puede haber una tarde de salpicarnos de agua y risas en un templo escondido entre pequeñas montañas de piedra caliza. Saddhus mendigando, todos con sus uniformes de color azafrán. Los pies descalzos sobre el suelo ardiendo y la resonancia de la campana de un templo purificando el aire. Niñas que se estiran para alcanzar a tocar el badajo.

Lo que más me gusta de la India es ver despertar los pueblos. Los arrozales. Ese momento en el que aún hay silencio y solo se escucha a los santones cantando en los templos. Las jarras de agua de colores sobre el costado de las mujeres. La tela de los saris tendidos al sol. El olor del picante en la cocina de la escuela antes de la comida. La luz de las velas en los templos. Los grillos.