Lo que más me gusta de la India son los atardeceres rojos.
Los atardeceres rojos con un sol redondo en el horizonte. La luz
que se cuela por la ventana.
Después de un atardecer rojo viene la noche, los pueblos con casas
de colores y luces en el porche. Las pequeñas puertas de madera con rangolis en
el umbral, abiertas de par en par, y los retazos de vidas que puedes imaginar
viendo las escenas que se suceden dentro: mujeres cocinando, familias, amigos
charlando, sentados en círculo en el suelo, la televisión puesta, niños jugando
descalzos, chicas cepillándose una melena larga y negra, hombres colocándose el
lunghi después de una jornada de trabajo.
Antes de un atardecer rojo de domingo puede haber una tarde
de salpicarnos de agua y risas en un templo escondido entre pequeñas montañas
de piedra caliza. Saddhus
mendigando, todos con sus uniformes de color azafrán. Los pies descalzos sobre
el suelo ardiendo y la resonancia de la campana de un templo purificando el
aire. Niñas que se estiran para alcanzar a tocar el badajo.
Lo que más me gusta de la India es ver despertar los pueblos. Los
arrozales. Ese momento en el que aún hay silencio y solo se escucha a los
santones cantando en los templos. Las jarras de agua de colores sobre el
costado de las mujeres. La tela de los saris tendidos al sol. El olor del
picante en la cocina de la escuela antes de la comida. La luz de las velas en
los templos. Los grillos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario