Hoy casi atropellamos una vaca. Una búfala, en concreto.
Cruzaba la carretera sin atender al paso de peatones. Las vacas deambulan a sus
anchas por la ciudad y por el campo. Creo que ya lo había dicho. El conductor
de rickshaw ha hecho un quiebro para evitar hacerle cualquier rasguño. Las
vacas son sagradas. Divinidades. Podíamos habernos metido en un lío. También
son divinas las pizarras en las que escriben los niños. Cuando están preparados
para el aprendizaje de la lectura, los padres hacen una puja para
bendecir el pizarrín. Y suponen que Saraswati, la diosa del conocimiento, se
materializa en él. Por eso, el otro día cuando noté el suelo frío y me dispuse
a sentarme sobre un pizarrín que no estaban usando las niñas, Rajeswari me dijo
que no muy insistentemente. Yo pensaba que solo quería que estuviese más cómoda
y que me trajo otra alfombra por deferencia. En realidad era por deferencia,
pero a la diosa Saraswati, para que yo no le pusiera encima mi trasero.
Los cerdos se comen la basura. Y están tremendamente
cebados. Los pequeños son muy divertidos, rosaditos, y me recuerdan siempre a
Bave, el protagonista de la película de Disney. No entiendo cómo un cerdo puede
ser un héroe. La carne de cerdo está únicamente permitida como alimento para
una determinada casta. Una de las más bajas. Porque es alimento sucio. Así también
son consideradas las castas más miserables, impuras, contaminadas. Por eso,
porque son impuros, los indios que vienen de linaje muy pobre no están
acostumbrados a que les toquen. Supongo que está grabado en su ADN. A los
perros les ocurre algo parecido; no es que rechacen el contacto humano, es que
lo temen. Levantarles la mano, aunque sea sólo para jugar o indicarles que se
alejen, es entendido como una terrible amenaza. Se echan en el suelo y meten el
rabo entre las piernas muertos de miedo. Están acostumbrados a ser apaleados y
apedreados. Según la creencia popular, los canes, animales callejeros, son
reencarnaciones de delincuentes y ladrones. Por eso es lícito tratarlos como
perros. Y nunca mejor dicho.
Los que tratan como perros a la gente son los travestis. Una
vez vi a un travesti (eunuco o hijra) darle una enorme colleja a un
hombre que no atendía a su petición de limosna. Nadie quiere ponerse a mal con
ellos, porque pueden echar mal de ojo o lo que es peor, enseñar sus partes
(algo tremendamente espantoso a los ojos de los indios). Su papel en la
sociedad es el de chivos expiatorios. Limpian de culpa a los niños recién nacidos
y se quedan con sus pecados dentro de sí. Es fácil reconocerlos porque visten
de forma muy llamativa, con colores fuertes y maquillaje extravagante. Lo que
yo no sabía cuando uno se dirigió a mí en la estación de Chennai es que podían
maldecirme como las brujas. Me andaré con cuidado la próxima vez y les ofreceré
cien rupias, como mínimo, si me los vuelvo a encontrar, para deshacer el daño
de cualquier malentendido cultural.