miércoles, 25 de noviembre de 2015

Vacas, cerdos brujas

Hoy casi atropellamos una vaca. Una búfala, en concreto. Cruzaba la carretera sin atender al paso de peatones. Las vacas deambulan a sus anchas por la ciudad y por el campo. Creo que ya lo había dicho. El conductor de rickshaw ha hecho un quiebro para evitar hacerle cualquier rasguño. Las vacas son sagradas. Divinidades. Podíamos habernos metido en un lío. También son divinas las pizarras en las que escriben los niños. Cuando están preparados para el aprendizaje de la lectura, los padres hacen una puja para bendecir el pizarrín. Y suponen que Saraswati, la diosa del conocimiento, se materializa en él. Por eso, el otro día cuando noté el suelo frío y me dispuse a sentarme sobre un pizarrín que no estaban usando las niñas, Rajeswari me dijo que no muy insistentemente. Yo pensaba que solo quería que estuviese más cómoda y que me trajo otra alfombra por deferencia. En realidad era por deferencia, pero a la diosa Saraswati, para que yo no le pusiera encima mi trasero.
Los cerdos se comen la basura. Y están tremendamente cebados. Los pequeños son muy divertidos, rosaditos, y me recuerdan siempre a Bave, el protagonista de la película de Disney. No entiendo cómo un cerdo puede ser un héroe. La carne de cerdo está únicamente permitida como alimento para una determinada casta. Una de las más bajas. Porque es alimento sucio. Así también son consideradas las castas más miserables, impuras, contaminadas. Por eso, porque son impuros, los indios que vienen de linaje muy pobre no están acostumbrados a que les toquen. Supongo que está grabado en su ADN. A los perros les ocurre algo parecido; no es que rechacen el contacto humano, es que lo temen. Levantarles la mano, aunque sea sólo para jugar o indicarles que se alejen, es entendido como una terrible amenaza. Se echan en el suelo y meten el rabo entre las piernas muertos de miedo. Están acostumbrados a ser apaleados y apedreados. Según la creencia popular, los canes, animales callejeros, son reencarnaciones de delincuentes y ladrones. Por eso es lícito tratarlos como perros. Y nunca mejor dicho.
Los que tratan como perros a la gente son los travestis. Una vez vi a un travesti (eunuco o hijra) darle una enorme colleja a un hombre que no atendía a su petición de limosna. Nadie quiere ponerse a mal con ellos, porque pueden echar mal de ojo o lo que es peor, enseñar sus partes (algo tremendamente espantoso a los ojos de los indios). Su papel en la sociedad es el de chivos expiatorios. Limpian de culpa a los niños recién nacidos y se quedan con sus pecados dentro de sí. Es fácil reconocerlos porque visten de forma muy llamativa, con colores fuertes y maquillaje extravagante. Lo que yo no sabía cuando uno se dirigió a mí en la estación de Chennai es que podían maldecirme como las brujas. Me andaré con cuidado la próxima vez y les ofreceré cien rupias, como mínimo, si me los vuelvo a encontrar, para deshacer el daño de cualquier malentendido cultural.



Boda de domingo

-         In Spain different-different- le digo a mi amigo.
Me ha invitado a la boda de su hermana y la primera impresión, la primera imagen que recibo es la de un rostro lleno de temor detrás de tanto colorismo y tantas flores. Su hermana que me mira y me sonríe con complicidad, aunque apenas hemos cruzado unas palabras la semana anterior. Siento que me conoce más a mí que al hombre que tiene a su lado y con el que va a compartir el resto de su vida.
-         Here first marriage, then love. If love. In Spain first love, then marriage. Then get divorce, if problems.
Él me mira con la misma sonrisa con la que nos ha recibido a la entrada del templo por la mañana y no sé si me ha entendido o si sólo está sonriendo por la forma que tengo de comer el arroz con las manos.
En India los matrimonios son concertados en un tanto por ciento muy elevado. Los padres buscan un marido para sus hijas cuando estas tienen edad de casarse y consultan con el astrólogo la adecuación del elegido, así como la fecha y la hora.
Quien elige casarse por amor es a veces repudiado por su familia.
La mujer no ve al hombre antes del día del matrimonio. Es el hombre quien debe confirmar si ella le gusta.
-         My family is very happy- me afirma él.
Y entiendo que sí, que tal vez pueda funcionar. Que el arreglo se hace con el convencimiento de que los novios serán felices.
- You take care of her- le digo al hombre que han casado con mi amiga. Porque en ese momento se convierte en mi amiga. En mi hermana. No sé qué extraño lazo me une a ella. Pero de repente siento que existe y tengo miedo yo también. Tal vez por toda la idiosincrasia que hay detrás de esta institución, por el poco valor que tiene la mujer en India, la escasa capacidad de decisión, la identidad robada por el padre, primero, luego por el marido.
Al rato, me acude a la cabeza esa pregunta frecuente: ¿El nombre de tu padre? A veces me dan ganas de repetir mi nombre, porque es el que es y decir que qué le importa a él o ella el nombre de mi padre si no está aquí.
- But I respect your traditions- apostillo, porque no quiero herir a mi amigo ni hacer un juicio de valor sobre lo que no he experimentado, lo que no conozco con profundidad, lo que no entiendo.
Y él sigue sonriendo. Y no sé si lo hace porque no me entiende o porque se ha dado cuenta de que el arroz tiene demasiado picante y estoy empezando a ponerme colorada.

martes, 10 de noviembre de 2015

Akkas

Los campesinos y trabajadores se encuentran en la base del sistema de castas de la India sólo por encima de los parias (dalits), dedicados a las labores de limpieza y los trabajos peor considerados (incineraciones, manipulación de excrementos..).
Existen reglas de comportamiento estrictas que limitan a las personas que corresponden a una determinada casta, de manera que cada quien tiene su papel en la sociedad y no puede cambiarlo. Cada casta tiene su religión y su oficio. Hay infinidad de subcastas dentro de las principales definidas en el Rig-Veda: sacerdotes o brahmanes, guerreros o kshatriyas, comerciantes o vaishas, campesinos o sudras y dalits o intocables. Aunque la ley abolió toda discriminación basada en el sistema de castas, aún hoy día perviven las costumbres ligadas a esta jerarquía en la vida cotidiana.
Afortunadamente, aquí en Anantapur, la Fundación ha hecho un trabajo excelente para mejorar la vida de los parias y los grupos tribales. Las akkas, encargadas de las labores de limpieza, cuidado y servicio en el Campus, corresponden a una de las castas más bajas e impuras. Sin embargo, yo no los veo un color diferente. Y si de verdad es el kharma lo que determina una mejor reencarnación, la bondad que transmite esta gente les llevará a la cúspide de la pirámide.

1
Comenzaron a decirme sus nombres. Nalama, Kantama, Kalama, Shivama. Me pregunté por qué todas tenían un nombre que terminaba de la misma forma. No era noche Luna Llena, pero me habían prometido ponerme henna en las manos. Me dibujaron un redondel en la palma de la mano, con una pasta fresca y pringosa. Estábamos todas sentadas en el suelo y ellas parloteaban en telugu. Me explicaban las razones de aquella tradición. Es bueno para la salud. Y un atributo de belleza en India. Me quitaron las sandalias y también me pusieron henna en los pies. Luego nos tumbamos boca arriba para ver las estrellas y ellas seguían charlando y yo respondía undi, ledu-ledu, concham. Y les recordaba que me daban miedo las serpientes, que no fueran a dejarme sola allí. Se reían. Era un círculo de mujeres. De edades heterogéneas. Y yo había entrado en él a través de aquel ritual. En ese momento dejé de ser la madame a la que servían el desayuno y la cena y me convertí en una más.

2
Me imita siempre cuando hablo. Nunca ha tenido ninguna vergüenza. Se ríe a carcajadas. Es feliz. Y curiosa. Nos mira cuando trabajamos a través de la ventana. Hace su trabajo con amor. Incluso la forma que tiene de cortar las verduras es amable.
El sábado tuve un ataque estomacal y me tumbé en la alfombra del aula debajo del ventilador para descansar un poco. Ella apareció de repente, sin haberle llamado y me pidió que me tumbara boca abajo. Amama masagge pillola. Entendí algo como que su abuela le había enseñado una técnica ayurvédica cuando era niña para mejorar los dolores de estómago.
Me masajeó las lumbares y me pellizcó la columna con cuidado y los brazos y piernas de un modo ágil y rápido. Unos minutos después yo había recuperado el color.
- Tú, chamana- le dije.
Y se partía de risa.

3
Les dijo que venía de Kalyandurg, que era médico. Le preguntó a la más viejita por qué respiraba con tanta dificultad. Le prometió auscultarle después de la cena. Una tras otra fueron entrando a la noche en casa, consultándole todas sus dolencias a mi amiga y convirtiendo mi habitación en una sala de urgencias. 

4
Le dije que su sonrisa era very nice. Le aclaré. Mucho más guapa cuando tú ríes. Y acompañé las palabras en castellano con un par de gestos referenciales. Ahora no deja de sonreír cuando me ve. Con unos dientes blanquísimos. Hoy me regalado un semi-abrazo (uno completo es casi imposible en esta cultura) y después me ha dicho:
-         Akka, ledu. Raji.
A lo que yo he respondido con una sonrisa plena de satisfacción.
-         Madame, ledu. Gema.




viernes, 6 de noviembre de 2015

Lo que te contaría tomando un café

Lo que te contaría tomando un café son cosas pequeñas.

Las cosas pequeñas que me pasan aquí a veces tienen que ver con bichos pequeños. Un par de veces me he cogido pulgas, te diría; lo mejor para la picazón es el bálsamo de tigre. Me dirías que has usado el de color rojo, que alguien te lo recomendó para los dolores musculares. Pero este es blanco y lo encontrarías en cualquier farmacia, respondería yo.
Seguiría con los piojos. Me quejaría de que todos los días me paso la liendrera después de la ducha. Que hoy le pedí a la akka si podía comprobar que tenía el pelo limpio, porque el otro día me saqué un piojo. La akka que significa “hermana mayor”, te aclararía, es quien se encarga de las niñas en la escuela, limpia y cocina. Me ha dicho que me ponga henna en el pelo para matar los piojos. Tú me dirías que mejor vinagre, que me coloque luego una bolsa de plástico en la cabeza y me la deje un rato. Imagínate la fotografía del momento.
Como curiosidad te explicaría también que las arañas saltan, que hay sapos enanísimos, que he visto un par de mantis religiosas y que me unto de Relec mañana, tarde y noche.

Lo que te contaría tomando un café tiene que ver con el lenguaje y la comunicación.

Te diría que ya sé contar hasta diez en telugu. Okati, rendu, mudu, nalugu, aidu. Te diría que sé contar hasta diez, pero sólo contaría hasta cinco. Te comentaría cuál es mi palabra favorita en lengua de signos. La reproduciría. Comenzaría bajo los labios y luego llevaría la mano hacia la derecha moviendo los dedos como si fueran olas para decir color. A propósito, mencionaría que España se dice señalando el corazón, por el amor que le tienen al padre Vicente. Refunfuñando accedería también a decirte que mi signo es uno que señala la nariz, que por poco que me guste es mi rasgo más característico y que aquí a todos les encanta. Repetiría la conversación modelo que tengo con la gente de mi entorno. Que soy logopeda en la Escuela Primaria. Que mis padres están en España. Que aún no estoy casada, no, pero tengo un hermano que sí lo está. Que tiene dos bebés. Que son gemelos. Que no estoy casada por qué. Que mi estómago va mejor. Que me quedo un tiempo largo. Te partirías de risa cuando te contara que a veces me pongo a hablar con ellos en español y ellos me responden en telugu y que así podemos estar unos minutos entendiéndonos a medias. Sería algo así como
YO: bla-bla-bla
INDIO: kalarra kalakala kalama.
YO: ahhhh, kalama, ok, bla-bla.
INDIO: kalama, naaaa?
YO: na.

Si me tomara un café contigo te hablaría de mi barrio.

Del Beauty Parlour, el centro de Belleza, que hay de camino a la escuela. De la mujer que me hace las cejas con hilo y que no tiene ninguna visión de empresa abriendo un negocio en medio de la nada. Del sillón de dentista que aún tiene envuelto en papel de embalaje en la pequeña habitación donde te atiende. De que se cambia las gafas tres veces para ver si te ha hecho bien la depilación. Te hablaría también de la peluquería “Cortar y peinar” que han abierto frente a Main Campus. Te contaría que mi vecina deja la puerta de casa siempre abierta, que lo que le da miedo es cerrarla y quedarse sola dentro. Te hablaría del hombre de lungui en el kiosko junto a Main Campus, que en la puerta de atrás guarda cervezas en una heladera, que tiene 70 años sin arrugas en la frente y un hijo que me trae a casa en rickshaw. Y del trabajador de la escuela que se encarga de mi bicicleta, de llevarla al taller, que me ha comprado un llavero horterísimo para el candado.

Si me tomara un café contigo, me callaría y saborearía la taza de café; te diría que me sabe intenso y delicioso, porque aquí no se toma. Y que bebo leche de vaca recién ordeñada por la mañana. Que el otro día me presentaron a la vaca en cuestión y le dije “Namasté” muy educadamente. Pero me contestó “ambaaaa” que es como mugen aquí las vacas.


Estaríamos toda la tarde charlando. Una cosa tras otra, pequeñas cosas, según como se mire. Te diría de la India que tiene mil caras. Te invitaría a otro café para explicártelo.